Daniel Pennac, prestigioso escritor francés y profesor durante años, fue un pésimo estudiante en su niñez. Y es desde este punto de vista, el del “zoquete” como él se autodenomina, desde el que en su libro Mal de Escuela (Mondadori, 2008) describe su paso por las aulas, el sufrimiento y la angustia en el que el sistema educativo le instaló. Tras veinticinco años de experiencia como profesor en un instituto de París, Pennac reflexiona de manera brillante en este libro sobre la pedagogía y las disfunciones del sistema educativo, sobre la curiosidad y pasión por aprender de los niños y el dolor de ser un mal estudiante, sobre el sentimiento de exclusión del alumno y el amor a la enseñanza del profesor. Lleno de humor y sentido común, es una obra indispensable para todos aquellos que sentimos pasión por la educación.
Una descripción emocionante de cómo un maestro debería enfocar la enseñanza en una clase donde hay decenas de alumnos la hace una profesora con la que Pennac habla y que reproduzco:
“Cada alumno toca su instrumento, no vale la pena ir contra eso. Lo delicado es conocer bien a nuestros músicos y encontrar la armonía. Una buena clase no es un regimiento marcando el paso, es una orquesta que trabaja la misma sinfonía. Y si has heredado el pequeño triángulo que solo sabe hacer ting, ting, o el birimbao que solo hace bloing, bloing, todo estriba en que lo hagan en el momento adecuado, lo mejor posible, que se conviertan en un triángulo excelente, un birimbao irreprochable, y que estén orgullosos de la calidad que su contribución confiere al conjunto. Puesto que el gusto por la armonía les hace progresar a todos, el del triángulo acabará también sabiendo música, tal vez no con tanta brillantez como el primer violín, pero conocerá la misma música».
Hizo una mueca fatalista: «El problema es que queremos hacerles creer en un mundo donde solo cuentan los primeros violines».
Una pausa: «Y que algunos colegas se creen unos Karajan que no soportan dirigir el orfeón municipal. Todos sueñan con la Filarmónica de Berlín, lo que es comprensible…»
¡Qué afortunados aquellos niños que en su camino se encuentran buenos profesores, que entienden la maravilla y la importancia de las diferencias! Y es que como afirma Daniel Pennac “¡Basta un profesor -uno solo- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás!”.
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