Jamás pensé que le daría muchas vueltas a la cabeza a decisiones aparentemente triviales en la educación de mis hijos. Bueno, tampoco es que le dé muchas, pero sí me doy cuenta de que es un hilo del que tirar hasta que te puede llevar a lo más profundo de uno, o sea, la forja de nuestra identidad. No la de ellos, la nuestra.
O sea, me estoy percatando de que las decisiones que uno toma en relación a los niños son una manera de definirnos. ¿Cómo no va a serlo, si lo es en cierta medida la elección de ropa, de gastos, de música, etc? Y, en este punto, tengo que echar mano de las siete reglas cardinales de la vida y, en especial, de las que puntualizan que nada de lo que los demás piensen de mí es asunto mío y esa que nos anima a no juzgar las vidas de los demás.
Soy una madre a la que el mayor, ayer, en el coche, le dijo: “Mamá, no sabes lo que te agradezco la autonomía que me das para estudiar siempre que vaya sacando buenas notas”. Me gustó que me lo dijera, porque educando siempre vamos con la sensación, que no han tenido nuestros padres, de que la podemos estar fastidiando en cualquier momento.
Puede ser que haya tenido suerte y no lo dudo. Que haya niños que necesiten que les controlen cómo hacen los deberes, qué tal llevan los exámenes, que les tomen la lección. Pero, ¿cuándo empieza a detectarse esa necesidad? ¿Puede ser que, en cierto modo, sea algo inducido por padres que necesitamos sentirnos bien sabiendo que tenemos que ayudar a nuestros hijos? ¿Hasta qué punto no nos damos cuenta de que lo que hacemos, en vez de ayudar, les puede estar haciendo mal?
En eso pensaba, cuando una maravillosa madre de tres niños Smartick, que van solos al supermercado de la esquina a pesar de que la mayor tiene 8 años, me dejó el enlace de la sección de psicología de El País Semanal. Y ahí está el compendio de por qué no debemos empeñarnos en que no se ensucien, en tomarles la lección, en preguntarles qué hay que estudiar, en decir que ya veré yo por qué el profesor no ha preguntado lo que dijo que iba a entrar en el examen…
El otro día, en una reunión de cuarentones de 25 aniversario de COU, los más jugadores de baloncesto se preguntaron cuándo empezaron a entrenar por las tardes. “Mi padre me dijo que podría ir a los entrenamientos cuando pudiera ir solo andando al cole o en el autobús”, dijo uno de ellos. La autonomía como regalo para ellos y para nosotros.
Por eso me encanta saber que ellos hacen Smartick solos. Es más, me enfado si me doy cuenta de que un hermano mayor ayuda a la pequeña. Se trata de que lo hagan solos. Se frustren solos y se alegren solos. A no ser que nos parezca muy bien acabar intentando entrar en el despacho de un catedrático para protestar por una nota. De nuestros hijos. Por eso, vuelvo a las reglas cardinales, no juzgo. Puede ser muy legítimo que ese sea el objetivo. Otra cosa es demostrar que eso sea bueno para los niños. Los chicos. Los adultos.
Para seguir aprendiendo:
- 10 consejos para que los niños hagan solos los deberes
- “Es un programa que les enseña, ayuda y guía”
- Autoestima buena y mala respecto a las matemáticas
- Son matemáticas, no chistes
- ¡Feliz 2019 a toda la familia Smartick!
La autonomía es el tiquete que abre la puerta a un valioso universo: El pensamiento crítico, que no es otra cosa que la capacidad de discernir el qué, cuándo, cómo, dónde, quién y porqué. Para abonar el campo del pensamiento crítico se necesita sobre todo que alguien crea en la capacidad de los niños para plantear las preguntas que los lleven al camino de descubrir, curiosear y querer saber más.
Las herramientas tecnológicas, como Smartick tienen valor si el contexto en el que se utilizan les dá sentido y empodera internamente a quien las usa. Tenemos miedo. Miedo de que nuestros niños enfrenten eventos o situaciones difíciles y que se decepcionen en el intento. Sobre-gratificacados y sobre-protegidos son pocas las oportunidades en las que el músculo de la experiencia puede ejercitarse en la vida de los peques, hasta que llega lo inevitable: el crecer, el tener que asumir los retos que nos transforman de niños a pre-adolescentes y terminan por mutarnos en jóvenes adultos.
Sin experiencia la posibilidad de conocernos a nosotros mismos desaparece, para difuminarnos con el grupo, con la pandilla, con todo el torrente «colectivo». PermitirLES, escucharLES y creerLES es darles experiencia, autonomía y abrirles el camino al #pensamiento crítico. Smartick es un pasito en ese gran camino.