Yago quiere “comerse el mundo”. Porque “el mundo” es un recién conocido para este niño de seis años, cinco años hospitalizado, dos años y medio en aislamiento estricto. Cuando anochecía, ya fuera del hospital con el alta dada, decía “quiero ir a casita” y se refería a la planta, a su habitación. Echaba de menos a unas enfermeras que son como de la familia y a los médicos de los que sabía qué iban a operar en quirófano. También los sonidos de los bomberos de enfrente que le entretenían cuando su madre, María Jesús, allí con él en la habitación, le gritaba “¡Mira, Yago, los bomberos!” para que saliera de la cama. Ahora quiere ser bombero, claro. Y luego médico, como el doctor Vivancos. A María Jesús le daba pena ver la normalidad con la que su hijo asumía las idas al quirófano, “porque nunca le hemos ocultado nada”. “Si le damos el bisturí, seguro que se opera solo”, bromeaban los médicos.
Ahora está en primero de primaria. Va bien con las matemáticas, hace Smartick desde sus tiempos en el hospital. Le cuesta escribir porque casi no tiene fuerza en los dedos y la psicomotricidad fina no la tiene muy desarrollada. Se está aclimatando a cierto ruido y desorden. “Mamá, los niños gritan mucho y a veces no hacen caso”, le dice a María Jesús. “Claro, él está acostumbrado a que en el hospital se obedece a todo el mundo”.
Javier es el hermano mayor de Yago. Las necesidades obligan y a él María Jesús le ha podido hacer mucho menos caso. Los hermanos, nos cuenta, son también grandes perjudicados. Cuando en casa se lucha contra una enfermedad grave pasan a un segundo plano, se enteran de conversaciones de mayores y tienen miedo. Ahora es distinto. Ahora están los tres juntos en casa. Cada uno con su pared llena de diplomas de Smartick.
“Yago ahora tiene mucha autoestima. Él está saliendo adelante. Llevamos años diciéndole que él puede. Ha sido el rey, como es lógico”, pero es verdad que, mientras, hay un hermano, Javier, más desatendido. Ahora, los dos hacen Smartick juntos, todas las tardes, y se pican. Vaya que sí se pican. Miran los castillos que pueden conseguir y los tics que les hacen falta. Ellos tienen que conseguir más diplomas que nadie y saben las estrellas, las mascotas, todo”, explica María Jesús, y se dan consejos o explicaciones: “Es que piensas demasiado” o uno se queja de que lo del otro es más fácil. Le decimos que hay quien no aprueba la competitividad en la educación. “Pues no sé en qué mundo vive esa gente, al final la vida es un poco así. Ellos compiten y se enfadan cuando no pueden hacer Smartick”, dice la madre, que explica que Yago lo hace cuando ella le pone el tratamiento que sigue necesitando.
Yago conoció el mundo a través de la tableta, de la ventana del hospital y de conversaciones con los adultos. Por eso su vocabulario es tan rico y su curiosidad infinita. No se le han acabado los por qués. Su madre nunca se cansó de contestarlos. Cuando estaba allí, Elena Morán, psicóloga del equipo Smartick y voluntaria de Juegaterapia, le conoció. Le recomendó que probara a hacer las sesiones de 15 minutos diarias de Smartick y Yago las hacía incluso después de un ciclo de quimioterapia. Se ríe cuando le cuento las excusas que ponen algunos niños para no hacer Smartick cada día. “Yago necesitaba estimulación, por eso probamos varias cosas en la Tablet”, explica su madre. “Esto mola”, le decía a María Jesús: “Ver que lo hacían otros niños le motivó y le subió la autoestima como la espuma”.
Ahora se acostumbran los tres a volver del colegio juntos, a hacer los deberes, a comer en casa. Yago sigue teniendo que ir dos veces a la semana al hospital, donde conoce a todo el mundo y no se puede alejar más de 40 kilómetros de allí. Yago, aunque «tiene una madurez impresionante”, a veces se queda absorto mirando una fila de hormigas que no ha visto en su vida o admirando la sombra de su cuerpo en el suelo, más presente que con la luz artificial del hospital. “Su experiencia vital es muy distinta a los demás, a veces es un viejo y otras un bebé que se asombra”, dice María Jesús. Esa madurez y esa capacidad de asombro, juntas, hacen que cuando ve una fila de hormigas quiera seguir hasta dónde van, o se pregunte todo. Como aquella vez que le sorprendió el viento que salía de una rejilla del Metro. O como la primera vez que se mojó debajo de la lluvia. O aquella otra en la que se quedó un buen rato mirando cómo la lavadora daba vueltas, “mamá, ¡sale espuma!”.
Pero hay que trabajar sus habilidades sociales, que se acostumbre a que la rutina puede ser impredecible, a diferencia del hospital. Que los niños a veces chillan, que no hacen caso. “Pero se las apaña. Se ha hecho amigo de los dos más fuertotes de la clase porque a él le cuesta llevar la mochila, que pesa. Se busca la vida”, dice su madre. Y sigue queriendo saber el por qué de todo.
Cuando le dieron el alta, lo primero que quiso hacer es conocer a los bomberos y cuando llegó allí dijo “He encontrado a mis compañeros”. María Jesús y Hugo, el bombero, explican en este vídeo su historia. También fue Juegaterapia la que medió, como en nuestro caso.
Antes de entrar en el colegio le hicieron una evaluación: “Las matemáticas se le dan bien porque tiene un pensamiento muy lógico. Pero está descompensado, porque hay que trabajar en psicomotricidad fina, le falta práctica, lleva tres años de retraso en el colegio”. Hay profesoras alucinadas con las preguntas que hace: “En aislamiento todo se lo explicaba, éramos uno, pegados. Hablas con él como si fuera mayor. Discutíamos, negociaba”.
Le explico que eso de tratarle como un adulto choca con cierto proteccionismo extremo que practican ahora muchos padres: “Claro, pero eso acaba en que cuando ven un poco de mundo real se vienen abajo. No les haces un bien por abrocharles la camisa con muchos años. De hecho, de forma inconsciente, le están poniendo zancadillas, trabas. No le ayudan”.
Ella tiene una perspectiva distinta: “Yo he evolucionado como los Pokemon”. Por eso no entiende algunas historias de las puertas del colegio. Yago es muy resolutivo: “Lleva una vida luchando. Si quieres a los niños, a tus hijos, dales recursos, no se los regales”, explica, sin ser consciente de que su charla bien la podríamos subir a Youtube. Se ríe cuando se lo decimos. “Estoy yo para Youtube”.
A los niños ya no le caben los diplomas en las paredes de su cuarto. Mientras, en Smartick, nada nos hace más felices que ayudarlos y saber de ellos. Conocer estas madres también. Emplazados quedan para una visita a la oficina, a menos de 40 kilómetros del hospital. Felices de saber que Smartick es de esas cosas que han compartido sus dos mundos: dentro y fuera del hospital.
Para seguir aprendiendo:
- ABC: el crack de las matemáticas de 6 años, 5 hospitalizado
- “Con Smartick, la responsabilidad de los niños es clave”
- «Me recomendaron Smartick para mejorar la atención de mi hijo»
- La niña de 10 en matemáticas y una enorme fuerza de voluntad
- «Los niños que hacen Smartick son conscientes de la importancia de las matemáticas»
Hola tengo 12 años soy Macarena …Smartick ha sido estos 3 meses lo mejor en mi vida qué me enseñó muchísimo y gracias a los sres profesores que hacen de enseñarnos de buenas maneras es algo muy divertido …antes en mi escuela no podía hacer nada ni aprender ni comprender a mi maestra pero aquí aprendí mucho.
Quiero mandar un agradecimiento al sr fundador y pensar en los niños como yo que necesitamos mucho apoyo …quisiera seguir aprendiendo más ..
Saludos para España que yo soy española pero vivo en Argentina en una ciudad donde en la educación pública no hay mucho apoyo ….
Con Smartick hemos aprendido mucho mi hermanita Cristina y yo. Somos felices cada día de hacer las matemáticas nos hace dar felicidad …gracias a todos.
Macarena Díaz
guuuuuuaaauuuuu
Alucinante que poder de concentración.
Me ha encantado Berta.
No se puede resumir mejor todo nuestro mundo.
Gracias por expresar tan bonito nuestra historia.
Me organizo lo prometo y voy a La Ofi a veros. Los niños están deseando.
Un beso y abrazo de oso.
Deseando conocerte.
Todo pasa por algo.
Y nosotros lo hemos aprendido y aprovechado.
Y nosotros desando conoceros a los tres!!
Un beso
¡Preciosa historia! Olé Yago y su familia.